Eugenio Bergsneider
  Chapolera
 



POR : LEONARDO MORENO GÓMEZ

CHAPOLERA.             

 

Por la delicadeza propia de las mujeres y por su pudor, ellas no se subían a los árboles, cosa que hubiera complacido mucho a los peones por razones obvias, sino que cogían las ramas que les permitía su estatura; esto ponía en desventaja a los hombres que se veían obligados a permanecer casi todo el tiempo encaramados en los árboles, circunstancia que además de ser muy incomoda disminuía notablemente su rendimiento; esto despertó en el personal masculino cierto resentimiento por lo cual empezaron a decirles a las mujeres que ellas solo servían para coger chapolas.

Así nació el adjetivo chapolera.

Coger un palo de café significaba cogerle todo el café maduro, por lo tanto coger chapolas quería decir coger a las chapolas todo el café maduro y siendo las chapolas árboles de café recién nacidos, no podían tener ningún café; de aquí lo despectivo del adjetivo chapolera pues con esto se quería decir a la persona que no servía para un carajo, que era una inútil. por esta razón ningún hombre de aquella época soportaba que le dijeran chapolero pues esto se interpretaba como afeminado y era razón suficiente para que salieran a relucir las peinillas y si no lo hacían de todas maneras quedaba pendiente la famosa "Piquita", la misma que dio cuenta de muchos duelos sangrientos entre campesinos. Esto quería decir que quedaba por definir lo de afeminado entre los protagonistas, cosa que generalmente se hacía en los también muy famosos "convites",-reunión de vecinos para hacer el trabajo de uno de ellos-.

 El vocablo chapolera como adjetivo despectivo fue reforzado por la conducta de las recolectoras, pues estas se movían entre los árboles exactamente como las mariposas, cogiendo un poquito de café aquí, otro poquito allá, ya fuera para esquivar las dificultades del terreno, ya por miedo a los gusanos, las arañas, las avispas y las hormigas.

Con el tiempo las recolectoras comenzaron a asistir a su trabajo con pantalón largo, aprendieron a subir a los árboles y a llevar hasta el despulpadero su propio café, algo que era ley del campo. No obstante siguieron llamándose chapoleras. La gente olvidó poco a poco el carácter despectivo del vocablo y este adquirió un nuevo significado, una nueva identidad; ahora significa: mujer que se dedica a coger café...

 Y ahora una anécdota.

En los días que siguieron a la posesión del Dr. Belisario Betancur como presidente de Colombia un locutor de radio que hacía la apología del presidente y haciendo hincapié en su origen campesino dijo que el presidente en su juventud había sido chapolero. Supongo que si el Dr. Betancur escuchó esto debió decir con  su acostumbrada sorna: perdónalos Señor porque no saben lo que dicen.

 No quiero terminar sin hablar un poco de las "piquitas" y los "convites" mencionados atrás.

Cuando un campesino pobre tenía un trabajito especial para hacer como armar una casa, tumbar un monte, hacer una rocería para su sementera o abrir un camino, invitaba a sus vecinos a un convite a fin de que ellos se encargaran de hacer el trabajo sin cobrar ningún salario: eso si, el convitero asumía la responsabilidad de suministrar el almuerzo, la cena y el licor para la parranda que se celebraba después de concluida la labor.

Las muchachas tenían una función especial ese día, llevar a los trabajadores el almuerzo y el algo (Pequeño refrigerio que se tomaba entre las dos y tres de la tarde y que correspondía a las "onces" de otros departamentos) para lo cual se ponían sus mejores galas, se pintaban, se ponían flores en el pelo y ensayaban su mas bella sonrisa y sus mejores dotes de coquetería.

Muchos idilios que terminaron en casorio nacieron allí en medio de la agreste naturaleza.

Los músicos invariablemente formaban parte del convite, solo que estos no trabajaban y su labor consistía en animar la fiesta. La cena o comida que así se llamaba, se servía entre las cinco y seis de la tarde. A continuación los hombres se reunían en grupos y mientras saboreaban la deliciosa chicha de maíz o el aguardiente de contrabando (Tapetuza), jugaban a los dados, a las cartas o narraban cuentos y leyendas relacionadas con los mitos campesinos. Entre las siete y ocho de la noche empezaba la parranda. El baile y las canciones se sucedían con espacio para las coplas que no podían faltar, algunas jocosas, otras satíricas o románticas y de vez en cuando algunas francamente desafiantes, estas provenientes de los que tenían alguna "Piquita".

Cuando bien entrada la noche y los ánimos caldeados al máximo, algún parroquiano por su cuenta y riesgo apagaba las velas y empezaba el "Sálvese quien pueda" porque las peinillas, las puñaletas, las navajas pericas, las barberas, los revólveres y los garrotes se tomaban la fiesta por su cuenta.

Cuando las quejumbres y las lamentaciones, el rechinar de rublas, los improperios y las palabrotas dejaban un espacio libre, alguien presumiendo el final de la tormenta encendía las velas o una linterna y empezaba el balance trágico. No siempre había muertos, pero casi siempre había varios heridos y contusos o  "aporriaos" que era el término que entonces se usaba, y las piquitas y desavenencias quedaban saldadas.

¡Tiempos Aquellos!

 

Moraleja.

No saque cuello cuando le digan Chapolera porque sencillamente le están diciendo inútil, buena para nada y no se le ocurra decírselo a un paisa, especialmente de la vieja guardia porque ahí mesmito pela la barbera y "No temblés tierra hijueputa     que no es a voz que te voy a matar"

 
 

 

 
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